martes, 27 de noviembre de 2012

Sol en un día de lluvia.


Hoy es un día para mirar por la ventana. Para reflexionar, para ver las gotas resbalando por el cristal, cayendo una tras otra en una cuenta atrás sin cable rojo que cortar - irremediable - como la vida.

¿Y qué somos sino gotas que se unen, se separan, que pertenecen a un todo. Que pueden formar algo más grande, que dejan huella,  pero que al final caen solas. Y caen...Y desaparecen.

No chirrían al resbalar por el cristal, no suenan como un violín. No se las oye más allá de su presencia.  Caen en grupo pero solas; de una en una.

Y luego más. Una rutina que no da lugar a dejar cualquier rastro, huella, que permanezca atemporal - que viva en el recuerdo, joder - porque detrás vienen más. Vienen todas.

Y caen... y desaparecen. Pasan a otro lugar, a otro estado, a otro todo.

¡Rectifiquemos!

Hoy es un día para salir a la calle. Para moverse. Para caminar y adelantar. Para ser el primero. Para reflexionar a dónde queremos llegar sin importar  de dónde venimos.

Hoy es un día para escuchar música, para pintar, para preguntar - ¡seamos curiosos! - para opinar y para creer como creíamos cuando teníamos 4 años y éramos superhéroes.

Tuve un profesor en la escuela - un grandísimo educador - que cada día al entrar en clase, con la misma fuerza e ilusión, nos decía: " ¿Sabéis un cosa? ¡Hoy es el mejor día!"

miércoles, 18 de abril de 2012

Contando días, contando algo.

Estaba muerto. Muerto en sentido metafórico. Sintiéndolo. Tumbado boca arriba, sin apenas sentir el peso de mi cuerpo, ahí estaba navegando a la deriva. Mi barco era un hinchable de piscina que se me quedaba corto de rodillas para abajo y mi océano... la piscina. Mis manos y la mitad de mis piernas dormían sumergidas bajo el agua sin mojarse más de lo que ya estaban. Mi objetivo, mi único pensamiento, preocupación y tarea consistía en alejarme de los bordes de ese océano inmediatamente después de chocar contra ellos sin saber lo lejos o lo cerca que me encontraba de ellos. No recuerdo si tenía los ojos cerrados o miraba al cielo. En fin, debía alejarme lo suficiente como para seguir a la deriva. No había tormenta, el viento había pasado de largo y era verano, por lo que el agua estaba inmóvil, igual que yo en medio del océano.

Pero fue ahí, en medio de esa nada cuando empecé a contar los días.  Los días que faltaban para que pudiera confirmar su amor por mí. Tenía mucho tiempo por delante. Me lo tomé con calma. El día señalado aún quedaba lejos y no quería estresarme. Eran muchos días por contar, así que no contaba todos los días. Contaba cada dos días, cada tres, o a veces a ojo.

Contando y tachando los días en mi cabeza, ayudándome de vez en cuando de mis dedos, pasó el verano, el otoño y el invierno. Ahora no quería ponerme nervioso y hacerlo mal pero con el paso del frío ya quedaban muy pocos días. En realidad a partir de ese momento podía elegir el día que sería el día. Ya me entendéis. Tenía que lanzarme.

El tiempo había pasado rápido ahora que lo recordaba, pero no cuando contaba los días. Estaba a punto de saber si me amaba. Pensé en vestirme para la ocasión pero era bastante probable que me ensuciara por el camino.

Salí de casa, miré al horizonte, hallé el camino y me puse a caminar. Mi ritmo de viaje era irregular. A veces me daba prisa y otras andaba como si no fuera a ningún lugar. Los nervios del momento supongo. Pero como todo caminante que no se detiene llegué a mi destino. Una pequeña colina en frente de mí tapaba el horizonte, así que no pude mirarlo y respirar hondo como me lo había imaginado. Subí la colina ayudándome de mis manos y por fin pude respirar hondo y mirar al ansiado y hermoso horizonte. Delante de mí tenía un campo lleno de flores recién paridas por la primavera. Pero el color de una de ellas dejaba en blanco y negro a las demás. Me agaché, la miré y la separé de la tierra. Era la mía. La aguanté con mi mano izquierda y casi acariciándola empecé a tirar de sus pétalos; arrancarlos. Uno a uno. Y no dejaba repetir:

“Me quiere. No me quiere. Me quiere. No me quiere. Me quiere. No me quiere. Me quiere. No me quiere. Me quiere. No me quiere. Me quiere. No me quiere”

No me quiere….Repasé los pétalos por si faltaba alguno. No me quería. Caí al suelo aplastando las flores que desafortunadamente habían crecido ahí.

Estaba muerto. Muerto en sentido metafórico. Sintiéndolo.