Desde mi silla

I


La "señora mayor del cortado que viene siempre" ya no viene.

- Hola
- Hola "maco"
- No ha llegado, todavía...
- ¿Quién?
- Su amiga. La señora con la que toma algo y charla habitualmente...
- (...) Falleció.

(Nos miramos)

- Lo siento -frío y áspero-

(Me dedica una sonrisa que dice: tranquilo, qué vas a decir...

- Y... -pregunto, así, la causa-
- Un ataque - señalando, con un movimiento que tartamudea, su propio corazón.

(Asiento en silencio)

- Aquí tiene... -su zumo de melocotón, insípido de compañía-.

Así me enteré. Así resolví mis dudas. Hacía unos días que de cortesía con el cortado le servía una galleta con sabor a canela -napolitana-, que suele acompañar el café sea para quien sea. Había dejado de regalarle -a modo particular- un mini croissant que el resto de personas deben pagar. Por añadidura, el último día estuve especialmente seco. Es cierto que había mucha gente, pero tampoco seguí con entuasiasmo la breve conversación -cortesía por su parte- que me ofreció.

Que en paz descanse, pues ya ningún café va a hacer que despierte.

Al fin al del día ha venido E - así la vamos a conocer aquí- con su perrito, de once años, acomodado sobre su brazo. Su marido es extranjero. Jubilado y afincado aquí. Siempre se queda fuera y entra E sóla...


II


Son las 15:42h. Me dispongo todo perfectamente organizado; estratégicamente situado -al alcance de mi mano-, para sentarme en mi silla.

Desde que estoy sólo no ha entrado nadie. ¿Vendrá hoy la señora E con su perrito en brazos y su marido - caminando, obviamente, por su propia iniciativa- a Albaida? No lo sé. No suele venir cada día.

(Albaida: La blanca -traducido al español-, con la fuerza en la última sílaba para aquel que quiera saber cómo suena)

Al otro lado del cristal -afuera, en la calle- la gente va y viene. Trabajadores, de clase media, que van a comer; otros que vuelven a paso ligero. Coches dándole valor al asfalto. Taxistas que entablan breves conversaciones con desconocidos. Mensajeros uniformados en moto. Comerciales conduciendo coches disfrazados de la marca -los coches-. Abogados yendo y volviendo de una visita, de sus gestiones, dándole vueltas a su último caso; pensando en cómo decirle a sus mujeres: "Cariño, puede que hoy también me retrase"; y llamando a ellas: "¿Cenamos hoy?". Etcétera.

No sé cuánto tiempo estaré así, fijándome en lo que sucede ahí afuera -en la calle-, revisando con la mirada que todo siga en orden aquí -adentro-, leyendo "Ensayo sobre la ceguera" de José Saramago, y pensando en quien no sabe qué comentar.


III


Voy a poner fin a esto. El miedo me ha hecho llorar. Me ha obligado a cerrar los ojos y encogerme deseando que acabe ya. 

Ocurrió un día como hoy; la cortina de lluvia no dejaba ver más allá de tus propios pasos. No se oían truenos ni se veían rayos, pero te los imaginabas. Yo estaba donde cada tarde, con mi silla en su sitio. Se acercaba la hora de cerrar y ya había empezado a recoger cuidadosamente para no molestar a los pocos clientes que habían llegado a última hora. 

Hubieron dos hechos a lo largo de la tarde que la diferenciaron de cualquier otra para que jamás la pudiera olvidarla. 

Hecho #1: 

Llegaron a la tienda una mujera mayor -los cincuenta gastados- y un chico joven - los treinta tristes- y cuando se fueron estuve hablando con la mujer mientras que el chico estaba en el lavabo. Me preguntó si conocía un estanco por la zona. De ahí, terminamos hablando de ella; de ellos. 

Está ingresada en Bellvitge por depresión. Seis meses y ya los ha terminado, casi. El chico también -ingresado por lo mismo- pero aún le falta un tiempo - no sé cuánto-. Ya tenían apariencia de "no estar bien" cuando entraron en la tienda. Bueno, me refiero a una extraña pareja, un argentino joven, callado y cabizbajo. 

Él vino a España desde Guatemala. En el aeropuerto se lo robaron todo - me explicaba la mujer-. En ese momento el joven argentino deprimido salió del lavabo y la mujer, educadamente, cortó el tema. Supongo que en él - deducción personal - todo empezó cuando se lo robaron todo en el aeropuerto. Todo. Nada más llegar...Todo. 

Hecho #2 

He visto a la Sra. E - de la que os hablé en "En mi silla 1x1" y "En mi silla 1x2"-. Iba con su marido, del que sospecho era - cuando estaba en activo - agente de alguna agencia gubernamental tales como la CIA, MI6, etc. Nos hemos saludado tras el cristal de la tienda. No ha entrado a comprar nada, pero el saludo ha sido agradable.

Hacía tiempo que no la veía. Mi saludo fue de esos que, con la mirada y el gesto de la mano, dice: 

"¡Hey! Eres tú...¿Qué tal?" 

Sin duda, era ella. 

Pasó -monótono- el poco tiempo que quedaba para cerrar. Las 21.00h. Como os he dicho antes, ya había empezado a recoger y, prácticamente, ya tenía casi todo dispuesto para irme. Quedaban un par de tareas rutinarias: 

Tarea rutinaria #1: Barrer. Barrer la sala principal, la barra y la cocina. 

Tarea rutinaria #2: Cambiar las bolsas de basura. Dos: una en la barra y otra en la cocina. 

Tiempo previsto: 10 minutos, aproximadamente. 

A los 7 minutos había terminado de barrer. Todo. Entré en la cocina para coger las bolsas de basura nuevas y las dejé al alcance de mi mano, cada una al lado del cubo que, arbitrariamente, había seleccionado. 

Perfecto. Puerta cerrada; ya no puede entrar nadie más, ningún cliente. Bolsa de basura de la barra cambiada. Sólo queda la de la cocina y me voy, pienso. 

No sé qué pasó por mi cabeza para apagar las luces de la sala principal y de la cocina - el cuadro de luces está situado justo encima del cubo de basura de la cocina-. Pensaría que así iría más rápido y que, con la amarillenta y sucia luz de las farolas que llegaba a la tienda, tendría suficiente para ver. Así fue en un principio. 

El cubo de basura también está situado a los pies de la escalera que, desde la cocina, sube al almacén. Hasta ahí no llegaba la luz. Sólo la sombra. 

Había retirado ya la bolsa del cubo para cerrarla con un nudo casero, pero firme, cuando noté algo. No era algo explícito, sino la sensación de algo. Algo que te obliga, por motivos fisiológicos, a girarte." Te giras, no hay nada y vuelves a lo tuyo; pasa millones de veces". Sentía la sensación de una sombra, muy extraño... 

Me giro, únicamente con un leve movimiento de cintura y cuello, sin dejar de hacer el nudo a la bolsa. ¡Joder! Era la Sra. E, detrás de mí. Esa sensación, esa sombra era ella... Me asusté y el sobresalto me hizo retroceder unos pasos. No podía ser, joder, pensé. ¿Qué coño hace aquí? ¿Cuánto tiempo llevaba mirándome? De pie en el primer escalón. Quieta. Casi inerte. Con una pequeña sonrisa fúnebre. El silencio absoluto invadió el espacio; el tiempo desapareció. La luz de emergencia parpadeaba, como si no pudiera avisar con su luz blanca. Inútil. La miré. Era la Sra. E, la agradable señora que me saluda-saludo a veces. Pero me aterrorizaba hasta quedarme inmóvil. Casi inerte, como ella, pero sin esa sonrisa fúnebre. Tal parálisis me produjo el miedo, el temor, la sensación de no-vida, que cuando volví a mí, a ser consciente, me di cuenta que llevaba un rato mirándola, paralizado, fijamente. Ella mirándome también, angustiosamente, como un tono muy agudo, chirriante. Espeluznante. 

- ¿Qué? - no sé si lo dije yo, o me lo arrancó ella- 
- (sonrisa fúnebre, ensordecedora) 

Miré a los lados, cogí confianza. Parecía que me había acostumbrado a verla ahí. Quieta. Pero el miedo cada vez me rasgaba más acercándome a la desesperación, que estas palabras son incapaces de transmitir. 

- ¿¡Qué?! ¿¡Qué joder?! ¿¡Qué quieres?! ¿¡Qué te pasa?! ¿¡Qué haces ahí?! Puedo ayudarte...qué quieres... (Era inútil preguntar por dónde había entrado, porque no entró. ¡La hubiera visto! B¡Y la puerta estaba cerrada! 

No podía soportarlo más. No tenía sentido. La Sra. E seguía inmóvil, con esa sonrisa que atraviesa tu miedo. 

El miedo me hizo llorar. Acurrucarme en una esquina de la cocina, con la cabeza pegada a las piernas, y llorar...Llorar mientras repetía "no, no, no..." No quería, no podía moverme, tan sólo el balanceo autista que me producía el pavor y la desesperación queempezaba a inundarme... 

- Mátame ya, mátame ya, por favor... 

Algunas palabras fueron pronunciadas entrecortadamente, con un parón en medio, mientras me tragaba mis incontables lágrimas que cubrían mi rostro escondido, y respiraba ahogadamente. 

...
...
...
...
...
...

Todavía sigo aquí, acurrucado, incapaz de asomar la cabeza y mirar. Pero sé que ella sigue ahí, en el primer escalón, mirándome con esa sonrisa que ya tanto odio.


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